De vez en cuando entablo conversaciones con amigos sobre diversas
realidades del mundo actual fuera de mi profesión en el deporte. Reconozco que consumo largas horas nocturnas sobre realidades de vida, y que aprendo de cada una de ellas. Soy un aprendiz, quiero seguir siéndolo, y a cada día me voy dando cuenta lo ignorante que soy. Tal vez por eso es que corro buscando conocimiento en las personas que me rodean y en las que no también.
En estas tertulias nocturnas, con el mate, o un vino como parte del escenario, les comento que siempre nos termina quedando un sabor amargo,
un sabor a rebeldía, e impotencia, pues muchos no nos estamos dando cuenta de cómo estamos desperdiciando este hermoso viaje llamado vida.
Nosotros los seres humanos, hemos alterado un rumbo que parece no tener retorno, hemos cambiado por ende nuestro paisaje, con la inconsciencia de vivir el hoy, a una velocidad
alocada, sin pensar que el futuro que estamos construyendo no es más que
nuestra propia destrucción como seres humanos. Hemos cambiado el
camino, estamos yendo a contramano.
A ver, hablemos
de la creación del hombre. El hombre fue creado como una animal
sociable, Dios le dotó de un lenguaje, para que sea el lazo común de la
sociedad, la gran herramienta para convivir en sociedad; Dios lo dotó para convivir,
no para sobrevivir; para compartir, no para competir; para ser
solidarios unos con otros en la construcción de una sociedad, un mundo
mejor, no para destruirse unos con otros,
mientras unos pocos aplauden desde las tribunas del poder.
La
ciencia avanza a velocidad de microondas, el ser humano no. La tecnología nos dota de cada vez
más herramientas de comunicación y cada vez más elementos para aumentar
nuestro conocimiento, pero el hombre se encuentra cada vez más solo.
La
ciencia gana espacio, el hombre pierde cada vez más sabiduría. Algunos
interiormente tienen conciencia de que están solos, pero mostrar esa
máscara ante la vida para algunos es un suicidio social, es cerrarle las puertas a su propio ego.
Nos
hemos transformado en seres individualistas. Estamos presos en nuestra propia
cárcel que le llamamos casa sin saber que lo estamos, claro, pues,
tenemos todo lo que creemos necesario: comida, bebida, televisión y lógicamente internet.
Ahora también vivimos en lo que llamamos barrios privados o nuevas urbanizaciones (?) con altos muros restrictivos y vigilancia constante
frente al resto de la sociedad, esos guetos urbanos donde nunca importa
lo que pase fuera de sus límites, un mundo nuevo donde es más fácil llegar a la luna que cruzar la calle para ver si nuestro vecino necesita de ayuda.
Es mucho más fácil tirarles la culpa a los jóvenes y a la
delincuencia juvenil sin saber que somos nosotros los responsables de la
sociedad en la que vivimos, somos nosotros los responsables de las
personas que hemos construido, fuimos somos y seremos arquitectos de nuestras propias vidas y de las
generaciones futuras.
Acusamos a los gobiernos de
responsables de nuestra propia miseria, más allá del raquitismo
intelectual por el que está pasando la clase política actual en estos
tiempos, pero sin saber que nosotros plantamos esa semilla, que nosotros
cedimos el espacio, y nos quedamos sentados pensando que ellos son los que nos deben de
resolver nuestra propia pobreza espiritual.
Todo pasa muy rápido y a ojos vendados, hemos vendido nuestra propia dignidad a unos pocos, por muy poco.
Vivimos en una realidad de miopía social, tal vez enceguecidos por el consumo masivo, por el materialismo excesivo, por esa maldita inmediatez, por ese maldito mundo instantáneo.
Fomentamos
a cada día la doctrina del ego, ese pesado y peligroso disfraz, que te dice todo el tiempo que tienes que ganar todo y a todos, no importa el cómo, tú tienes
que ser el mejor siempre y, si no lo logras, seguramente recibirás como
castigo una buena dosis de sufrimiento, insatisfacción y frustración. El resultado? unos pocos te exprimen como un limón y luego te botan a la
basura.
Somos ignorantes de nuestro propio ser. No nos damos
cuenta que el ego comete tan grandes atrocidades que el alma acaba por
retirarse casi del todo, dejando apenas un delgadísimo hilo en el cuerpo
que ocupa para procurarle el hálito vital que lo mantiene con vida.
Los
pilares o principios éticos sobre los que descansan los comportamientos
de cada vez más personas son de una fragilidad e inconsistencia
verdaderamente pavorosa. Donde están nuestros valores? Los hemos canjeado por otros, si es que le podemos llamar valores. Ya no existe la mirada a los ojos del otro, para eso utilizamos una webcam, ya no existe esa mirada de conquista del amor, para eso utilizamos un gif, ya no existe el abrazo del consuelo, para eso utilizamos un mensaje de texto.
Estamos yendo a contramano. Hemos perdido nuestra propia identidad, y cuando eso sucede, generalmente, uno se pierde a sí mismo.
Los seres humanos no
fuimos creados para ser prisioneros del trabajo, de la moda, de la
comodidad, y de la superficialidad, y lo peor de todo es que parece que estamos cómodos en
esa prisión.
Hoy luchamos por alcanzar una existencia placentera, hedonista y exitosa a cambio de perder la excelencia de nuestro ser. Este viaje se ha tornado rápido, pero vacío de paisajes, utilizamos el tren más tecnológico, pero viajamos en forma solitaria, hemos perdido hasta nuestra total capacidad de sonreír.
Nuevamente en la madrugada de hoy, volví a leer al gran Octavio Paz. Es uno de mis escritores favoritos, quiero compartir algunas líneas: "la sed de bienestar económico es la
respuesta al malestar de la sociedad y de los individuos. Las sociedades
del pasado satisfacían esa sed de muchas maneras. Eran comunidades más
pequeñas y menos heterogéneas e impersonales; cada uno vivía dentro de
una red de relaciones afectivas: la familia, el clan, la cofradía
artesanal, las hermandades, las asociaciones profesionales, los barrios,
las iglesias y las parroquias. El individuo no se sentía solo en el
mundo".
El tiempo no era una sucesión vacía ni su
transcurso era medido por el reloj del alba y el mediodía, el atardecer y
la noche. Cada año, en ciertos días señalados, el pasado y el presente
confluían y con ellos los muertos y los vivos: la fiesta era más que una
pausa, una congregación de los tiempos.
Tristeza. Hemos perdido todo eso. Vivimos en un desierto urbano, enceguecidos por los espejismos de este materialismo absurdo.
Creo que todos debemos hacernos un examen de desnudez, quitarnos las máscaras y mostrar los
verdaderos rostros de nuestra realidad, la verdadera cara de nuestro presente.
Estamos jugando irresponsablemente a la permuta, cambiando honestidad, humildad, solidaridad,
sinceridad, tolerancia y justicia, por egoísmo, consumismo, violencia
familiar, televisión y ambición desmedida. Creo que no nos va bien con el cambio.
Estamos transformando nuestra sociedad en una arena romana donde nos matamos entre todos para el regocijo de unos pocos que ostentan la riqueza. Somos los bufones de los poderosos, que a cambio de eso, nos regalan espejitos de colores.
Lo insólito es que algunos dentro de esa miopía muchos viven pensando que son felices, por lo que poseen, “dime que posees y te diré quién eres”,
es nuestra ley social, creada por nosotros mismos, ignorando tal vez su contenido de pobreza espiritual;
hoy, importa el ahora, el poder de poder, el poder de tener para poder.
A mi memoria me llegan las palabras de Juan Pablo II: “El hombre rechaza el amor y la misericordia de Dios porque él mismo se considera Dios; presume de valerse por sí mismo”
Así nos va.
Los valores éticos y morales están ahí. Hay que buscar en la raíz
de nuestro ser los estímulos que nos muevan nuevamente hacia la
dirección indicada. Paremos este tren de dirección contraria.
Señores, aún hay tiempo de parar.
Encontrar nuestro rumbo y seguirlo con
fidelidad y compromiso, con una actitud positiva, es la gran
responsabilidad que algunos nos hemos impuesto y lo asumimos con el más grande de los desafíos.
Un viejo cuento decía que había un gran incendio en la selva. Todos los animales se juntaron a observar desde lejos el incencio que consumía rápidamente la selva. De repente observan que un pájaro iba y venía desde el lago, cargaba una gota en su pico pequeño, y lo depositaba en el incendio. En un determinado momento, el león le pregunta: querido amigo, acaso piensas que con una gota puedes apagar este enorme incendio? El pájaro le respondió: De verdad no sé si podre apagarlo, pero por lo menos estoy haciendo mi parte.
De nosotros depende que el tránsito por esta vida adquiera nuevamente un verdadero y real sentido.
De nosotros depende que este viaje sea como realmente lo soñamos. A eso vinimos a este mundo, a dejarlo un poco mejor de lo que lo encontramos cuando nacemos.
La palabra y los hechos la tienen ustedes.
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