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MARCELO BIELSA: LA RECETA PARA UN FÚTBOL ENFERMO. LA REIVINDICACIÓN DE LA HONESTIDAD

En los recovecos silenciosos de Montevideo, entre los callejones empapados de vivencias y los barrios donde late la esencia más pura de la v...

sábado, 30 de junio de 2012

LO QUE MUCHOS NO QUIEREN VER. LA OTRA CARA DEL FÚTBOL AFRICANO. SEGUNDA PARTE.


ESCLAVOS DEL BALÓN. PARTE II


COSTA DE MARFIL
La tierra de Drogba, Eboue, Yaya Toure, entre otros grandes talentos, es un país africano que se ubica en el África occidental. Para ubicarnos, limita con Liberia y Guinea, al oeste, Malí y Burkina Faso al norte, Ghana al este y con el Golfo de Guinea al sur. Tiene una población estimada en 20 millones de personas.


Para ilustrarlos un poco más, es bueno saber que Costa de Marfil  se constituyó durante los siglos XV y XVI una de las principales fuentes de aprovisionamiento de los traficantes de esclavos portugueses y los barcos negreros que se dirigían a América

Yamusukro es la capital, pero Abidjan es la capital administrativa. Ésta última es la que tiene el mayor índice criminal y de pobreza de todo el Continente africano. Predominan los jóvenes en la mayor parte de la población, muchos desatendidos e inactivos. Parece hasta lógico luego de esta información que el balón sea el mejor escape a esta situación. Aquí el balón es mucho más que un simple juego: es la posibilidad de seguir viviendo.


Es en esta ciudad donde cada semana nace como por arte de magia una escuelita de fútbol, controlada en su mayoría por empresarios libaneses, que de dedicarse a la explotación de diamantes, ahora se dedican al fútbol. “Aquí me venden las academias con los niños dentro, lo que me facilita tener una menor inversión y un beneficio mucho mayor, en un lugar donde los talentos andan deambulando por las calles. Yo les salvo la vida y ellos me salvan mi cuenta bancaria. Es justo”, me comenta sin tapujo, un libanés, ex vendedor de diamantes, hoy venido a empresario futbolístico.

Si Sierra Leona es famosa por sus diamantes, Liberia por el coltán que fabrica nuestros  celulares, Costa de Marfil comienza a cobrar un interés propio, el de suministrar perlas negras de talento para las principales ligas europeas.

Tal vez la figura más representativa y referencial de las Escuelas de fútbol en Costa de Marfil, sea la Academia Abidjan, creada por Juan Marc Guillou, un líder y salvador para muchos niños, donde más de 6.000 niños por año acuden a su academia en la búsqueda desesperada para escapar de la vida de la calle, y de las mafias.

Sin duda que esta Academia es una ruta mucho más segura para escaparse a Europa, en vez de las ya conocidas  y peligrosas travesías a través del desierto del Sahara, donde muchos mueren en el camino en el mayor anonimato.

Pocos años han pasado (14), para que estas  perlas negras generadas por Marc Guillou, invadan Europa: Kolo Touré (Arsenal, Inglaterra), Aruna Dindane (RCLens, Francia), Romaric (Sevilla, España) Gervinho (Le Mans, Francia), Emmanuel Eboué (Arsenal, Inglatera), Zokora (Tottenham, Inglaterra), Yaya Touré (Barcelona, España) y Bakary Koné (OM, Francia).

Pero en este caso hay una historia en esta Academia que lo puede cambiar todo.
La Academia brinda una educación integral para sus integrantes Enseña idiomas, economía y apoyo psicológico para que sea menos traumática su  adaptación a la vida europea. Hasta aquí todo muy loable no?
Pero en junio del 2001 cuando club belga del Bereven se encontraba al borde de la quiebra con una deuda de más de dos millones de euros, Marc Guillou ofreció en esos momentos un acuerdo jugoso para él: daría al club en quiebra un millón y medio de euros, más cuatro jugadores de su prestigiosa Academia, a cambio de convertirse en manager general del club.

A partir de ese momento el Bereven belga, se convirtió en un puente directo de tránsito de jóvenes talentos, un trampolín de jóvenes muchachos de la Academia Abidjan a Europa.
Dos años después del acuerdo, el equipo belga ya contaba con 10 jugadores procedentes de Costa de Marfil, motivando la reacción de toda la prensa belga.

En consecuencia, hoy la Academia de Abidjan se encuentra en una difícil encrucijada:   mantiene sus objetivos sociales iniciales de sacar de la miseria a los jóvenes marfileños, pero va tomando cada vez una deriva más mercantilista desde que Guillou se hizo cargo del equipo belga del Bereven.

Intereses varios, facilidad de conseguir permisos de residencia y trabajo, y  reventa a grandes clubes en pases puentes, enturbian un proyecto cada vez más convertido en un gran negocio para Guillou y sus fieles colaboradores.

Los jugadores Eboué y Touré entre otros, realizan una intensa labor de promoción de la labor social que ofrece la Academia, labor que beneficia a la reputación del Grupo Guillou que engorda cada vez más sus bolsillos.





GHANA

La tierra del gran jugador Michael Essien, de Appiah y Kuffour, y de Abédi Pelé, Marcel Desailly, entre otros, es un país del oeste africano, que limita al norte con Burkina Faso, al este con Togo, al oeste con Costa de Marfil y al sur con el Golfo de Guinea, con una población de más de 22 millones.

Según datos de Unicef, La capital, Accra, cuenta con unos 10.000 niños de la calle. 4.000 de ellos son niñas, que están "especialmente expuestas al abuso sexual" (13 y 14). No tienen lugar fijo de residencia y trabajan por su cuenta en la calle o para operadores de distintas actividades del sector informal. El 88 por ciento de estos niños de la calle no asiste a la escuela.

Los niños de la calle de Ghana duermen en el exterior de edificios o tiendas en colchones de cartón o paja. Su jornada laboral comienza a las cuatro y media de la madrugada. Buscan en las basuras, lustran zapatos, portean bultos, venden géneros o mendigan. Las niñas se dedican más a las ventas (62 por ciento). Los niños, a los servicios (55 por ciento). Muchas de las niñas no consiguen mantenerse con los ingresos que obtienen y se convierten en prostitutas. Algunas comienzan a la temprana edad de 11 años, inducidas por sus compañeros sexuales que las prestan a otros hombres.

Esta es la realidad de Ghana señores, de donde han nacido grandes talentos. Unos pocos entre tanta angustia y pobreza, olvidada por muchos que prefieren mirar para otro lado. 

Una tercera parte de la población vive con menos de un dólar por día, la salvación es ser como Michael Essien, o emular al capitán Stephen Appia, cuya madre vendió hace años el televisor para que su hijo ingresara a una academia. El mismo espejismo de siempre.


Cerca de Accra, su capital, me encuentro con Buba, un niñito de 13 años que domina el balón como un malabarista de circo. No causa asombro su sueño: “ir a jugar a Europa y salir de su vida de miseria y hambre”. Su ídolo como el de la mayoría del país, es el jugador del Chelsea, Michael Essien.

Bajo un calor agobiante, ya sobre la caída del sol, se observa que cualquier terreno abandonado y libre, como cualquier campo suramericano, se llena de niños y adolescentes hambrientos de correr detrás de un balón, tal vez su única diversión del día, tal vez su única salvación. Detrás de la libre expresión de este deporte que parecería se organizaba en forma espontánea, nos encontramos con academias de fútbol sospechosas e irregulares. Academias, llamadas canteras de esclavos de la pelota, que funcionan fuera del control de la Federación y del gobierno.

Créalo amigo lector, en Ghana, hay muchas familias que venden todas sus pertenencias a lo largo y ancho de este país, con tal de inscribir a sus niños en estas “academias” ilegales.

Me han dicho que funcionan más de 700 escuelas ilegales solamente en esta ciudad. Inescrupulosos citadinos, europeos y árabes, corren con papeles de un lado a otro. Niños de hasta 7 años firman contratos donde se cede la patria potestad, con el aval de sus padres. “Si mi hijo logra jugar en Europa podremos salir de esta vida de miseria, y por él hago lo que sea necesario, sabiendo que no lo veré en muchos años”, reza una mamá mientras firma el documento.

El negocio es claro, “No tienen otra opción y nosotros podemos ser su salida” “Claro que esto es un negocio, si invertimos 200 euros por cada 10 muchachos, con uno sólo que logremos vender, ya hemos logrado nuestro objetivo” “Acaso no estamos haciendo una buena obra?”. No quise hacer comentarios ante estas palabras de un árabe nervioso. No es fácil jugar de visitante en una zona donde el forastero extraño, no es bien visto.

Comienza una nueva prueba de entrenamiento. Asare lleva el balón. Su habilidad llama mucho la atención de propios y extraños. Avanza hacia la portería y una ráfaga de viento levanta polvo rojo. Se detiene para frotarse los ojos y recuperar la respiración. En ese momento el niño es arrojado violentamente al suelo por una dura patada de su entrenador Aloti, de 23 años. “tienes que aprender a no pararte nunca por nada, enano” le regaña su entrenador a Asare. Queda quieto en el suelo producto de la patada.

El entrenador Aloti? Bueno él declara que es un experto de fútbol.

No hace mucho tiempo, hecho normal en los últimos años, que pasa desapercibida por la prensa, un bote que hacía agua, fue abandonado por su capitán y arrastrado a tierra, hasta una de las  playas Tenerife, con 30 jóvenes africanos a bordo. Algunos presentaban hipotermia y todos sufrían una fuerte deshidratación. De ellos, 15 eran adolescentes que creían que iban de camino para jugar en el Olympique de Marsella o en el Real Madrid.


OTRO RETRATO. STEPHEN APPIAH

Stephen nació el 24 de diciembre de 1980 en Ghana. Es un volante talentoso que hoy juega en el Fudbalski Klub de Serbia. Juega en la selección de su país, y ya ha anotado 16 goles en 69 partidos.
Tina y Vivian Appiah se mueven al ritmo de la música jamaicana. En su casa de los suburbios detrás de ellas hay un retrato descomunal de su hermano mayor, Stephen Appiah.
“Su éxito ha hecho que toda su familia pueda vivir bien y también ha puesto celosos a todos los que nos conocen, hasta extremos enfermizos. Podemos ir a comer a hoteles de cinco estrellas y viajar por Europa”, dice riéndose Tina.


A pesar del dinero de su hermano, la enorme mansión en que viven se encuentra en un estado poco presentable, descuidado.

“Todo el mundo quiere vivir como nosotras”, afirma Vivian. “Las mujeres de por aquí querrían que sus hijos o sus hermanos también triunfaran para poder poseer lo que tenemos nosotras. ¿Si nos pusimos tristes cuando Stephen nos dejó para irse a Europa? ¿Tristes? Estábamos encantadas. Nuestra madre había rezado a Dios para que triunfara. 

Cuando Stephen era pequeño ya jugaba muy bien y todos queríamos ayudarle. Mi madre vendió el televisor para comprarle unos zapatos. Nosotros le ayudamos entonces y ahora él nos ayuda a nosotras”.

Las historias de triunfos como el de Appiah, en quien se fijó un ojeador cuando jugaba en Italia con la selección sub 17 de Ghana, inspiró a otro muchacho: Bernard Bass.

Este joven de 17 años descansa en las escaleras de un edificio de hormigón de gran altura en Clichy-sous-Bois, uno de los barrios periféricos de peor fama de París. Originario de Guinea-Bissau, viajó de Ghana a Senegal y luego a Tenerife con la promesa de un intermediario libanés de que iba a realizar una prueba con el Metz. “Mi madre vendió nuestra casa y mis dos hermanos más pequeños se pusieron a trabajar con 12 años de edad para contribuir al pago del pasaje”, recuerda Bass, a quien el representante libanés le comunicó que iría a Francia en barco.

El viaje duró dos semanas. “Cuando llegamos a Europa”, cuenta, “me tuvieron metido en una cárcel en Tenerife durante un mes y luego me trasladaron por vía aérea al continente. A los que me detuvieron les dije que tenía ý8 años y entonces me dejaron marchar. Me las arreglé para llegar a Francia, pero en Metz no tenían ni idea de quién era yo y me amenazaron con dar parte a la policía. Ahora estoy aquí, en Clichy-sous-Bois, compartiendo piso con un amigo”.
El amigo se llama Effa Steve, tiene la misma edad, y es un mediocampista de Guinea Ecuatorial que llegó a Francia hace dos años con la promesa de que le harían una prueba en el Dijon, un equipo de la segunda división. Él sí que realizó una prueba, pero sufrió una lesión en una rodilla y el club perdió el interés en Effa. Desde entonces ha estado viviendo ilegalmente, en una torre de pisos del barrio de Montrouge, en París. “Mi visa expiró a los 30 días y el Dijon no estaba interesado en mí”, cuenta Steve. Me vine a París y me quedé aquí a la espera de que me saliera otra prueba. Eso fue en 2005. Ahora juego en un equipo de aficionados, pero el nivel es muy bueno y no siempre soy titular. Mi vida ahora consiste en evitar que me detengan y en encontrar un sitio cualquiera para pasar la noche. Sacamos dinero de vender bolsos falsos de Prada en los mercados que hay por Montparnasse. Yo comparto con otros cuatro más el suelo de un piso abandonado”.

Quisiera poder expresar unas últimas líneas, pero creo amigo lector que todo lo que se expresa aquí, es más que suficiente para saber, que hacer, que no hacer, y sobre valorar al ser humano por encima de todas las cosas. Hasta donde llegaremos? Busquemos la respuesta en nosotros mismos.

Hasta la próxima…reflexión.

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