ESCLAVOS DEL BALÓN. PARTE II
COSTA
DE MARFIL
La
tierra de Drogba, Eboue, Yaya Toure, entre otros grandes talentos, es un país africano
que se ubica en el África occidental. Para ubicarnos, limita con Liberia y
Guinea, al oeste, Malí y Burkina Faso al norte, Ghana al este y con el Golfo de
Guinea al sur. Tiene una población estimada en 20 millones de personas.
Para
ilustrarlos un poco más, es bueno saber que Costa de Marfil se constituyó durante los siglos XV y XVI una
de las principales fuentes de aprovisionamiento de los traficantes de esclavos
portugueses y los barcos negreros que se dirigían a América
Yamusukro
es la capital, pero Abidjan es la capital administrativa. Ésta última es la que
tiene el mayor índice criminal y de pobreza de todo el Continente africano.
Predominan los jóvenes en la mayor parte de la población, muchos desatendidos e
inactivos. Parece hasta lógico luego de esta información que el balón sea el
mejor escape a esta situación. Aquí el balón es mucho más que un simple juego:
es la posibilidad de seguir viviendo.
Es
en esta ciudad donde cada semana nace como por arte de magia una escuelita de
fútbol, controlada en su mayoría por empresarios libaneses, que de dedicarse a
la explotación de diamantes, ahora se dedican al fútbol. “Aquí me venden las academias con
los niños dentro, lo que me facilita tener una menor inversión y un beneficio
mucho mayor, en un lugar donde los talentos andan deambulando por las calles.
Yo les salvo la vida y ellos me salvan mi cuenta bancaria. Es justo”,
me comenta sin tapujo, un libanés, ex vendedor de diamantes, hoy venido a
empresario futbolístico.
Si
Sierra Leona es famosa por sus diamantes, Liberia por el coltán que fabrica
nuestros celulares, Costa de Marfil comienza a cobrar un interés propio, el de suministrar perlas
negras de talento para las principales ligas europeas.
Tal
vez la figura más representativa y referencial de las Escuelas de fútbol en Costa
de Marfil, sea la Academia Abidjan, creada por Juan Marc Guillou, un líder y
salvador para muchos niños, donde más de 6.000 niños por año acuden a su
academia en la búsqueda desesperada para escapar de la vida de la calle, y de
las mafias.
Sin
duda que esta Academia es una ruta mucho más segura para escaparse a Europa, en
vez de las ya conocidas y peligrosas travesías
a través del desierto del Sahara, donde muchos mueren en el camino en el mayor
anonimato.
Pocos
años han pasado (14), para que estas perlas negras generadas por Marc Guillou,
invadan Europa: Kolo Touré (Arsenal, Inglaterra), Aruna Dindane (RCLens,
Francia), Romaric (Sevilla, España) Gervinho (Le Mans, Francia), Emmanuel Eboué
(Arsenal, Inglatera), Zokora (Tottenham, Inglaterra), Yaya Touré (Barcelona,
España) y Bakary Koné (OM, Francia).
Pero
en este caso hay una historia en esta Academia que lo puede cambiar todo.
La
Academia brinda una educación integral para sus integrantes Enseña idiomas,
economía y apoyo psicológico para que sea menos traumática su adaptación a la vida europea. Hasta aquí todo
muy loable no?
Pero
en junio del 2001 cuando club belga del Bereven se
encontraba al borde de la quiebra con una deuda de más de dos
millones de euros, Marc Guillou ofreció en esos momentos un acuerdo jugoso para
él: daría al club en quiebra un millón y medio de euros, más cuatro jugadores
de su prestigiosa Academia, a cambio de convertirse en manager general del
club.
A
partir de ese momento el Bereven belga, se convirtió en un puente directo de
tránsito de jóvenes talentos, un trampolín de jóvenes muchachos de la Academia
Abidjan a Europa.
Dos
años después del acuerdo, el equipo belga ya contaba con 10 jugadores procedentes
de Costa de Marfil, motivando la reacción de toda la prensa belga.
En
consecuencia, hoy la Academia de Abidjan se encuentra en una difícil encrucijada:
mantiene sus objetivos sociales iniciales de
sacar de la miseria a los jóvenes marfileños, pero va tomando cada vez una deriva
más mercantilista desde que Guillou se hizo cargo del equipo belga del Bereven.
Intereses
varios, facilidad de conseguir permisos de residencia y trabajo, y reventa a grandes clubes en pases puentes, enturbian
un proyecto cada vez más convertido en un gran negocio para Guillou y sus fieles
colaboradores.
Los
jugadores Eboué y Touré entre otros, realizan una intensa labor de promoción de
la labor social que ofrece la Academia, labor que beneficia a la reputación del
Grupo Guillou que engorda cada vez más sus bolsillos.
GHANA
La
tierra del gran jugador Michael Essien, de Appiah y Kuffour, y de Abédi Pelé, Marcel
Desailly, entre otros, es un país del oeste africano, que limita al norte con
Burkina Faso, al este con Togo, al oeste con Costa de Marfil y al sur con el
Golfo de Guinea, con una población de más de 22 millones.
Según
datos de Unicef, La capital, Accra, cuenta con unos 10.000 niños de la calle.
4.000 de ellos son niñas, que están "especialmente expuestas al abuso
sexual" (13 y 14). No tienen lugar fijo de residencia y trabajan por su
cuenta en la calle o para operadores de distintas actividades del sector
informal. El 88 por ciento de estos niños de la calle no asiste a la escuela.
Los
niños de la calle de Ghana duermen en el exterior de edificios o tiendas en colchones
de cartón o paja. Su jornada laboral comienza a las cuatro y media de la
madrugada. Buscan en las basuras, lustran zapatos, portean bultos, venden
géneros o mendigan. Las niñas se dedican más a las ventas (62 por ciento). Los
niños, a los servicios (55 por ciento). Muchas de las niñas no consiguen
mantenerse con los ingresos que obtienen y se convierten en prostitutas.
Algunas comienzan a la temprana edad de 11 años, inducidas por sus compañeros
sexuales que las prestan a otros hombres.
Esta
es la realidad de Ghana señores, de donde han nacido grandes talentos. Unos
pocos entre tanta angustia y pobreza, olvidada por muchos que prefieren mirar
para otro lado.
Una tercera parte de la población vive con
menos de un dólar por día, la salvación es ser como Michael Essien, o emular al
capitán Stephen Appia, cuya madre vendió hace años el televisor para que su
hijo ingresara a una academia. El mismo espejismo de siempre.
Cerca
de Accra, su capital, me encuentro con Buba, un niñito de 13 años que domina el
balón como un malabarista de circo. No causa asombro su sueño: “ir a jugar a
Europa y salir de su vida de miseria y hambre”. Su ídolo como el de la mayoría
del país, es el jugador del Chelsea, Michael Essien.
Bajo
un calor agobiante, ya sobre la caída del sol, se observa que cualquier terreno
abandonado y libre, como cualquier campo suramericano, se llena de niños y
adolescentes hambrientos de correr detrás de un balón, tal vez su única
diversión del día, tal vez su única salvación. Detrás de la libre expresión de
este deporte que parecería se organizaba en forma espontánea, nos encontramos
con academias de fútbol sospechosas e irregulares. Academias, llamadas canteras
de esclavos de la pelota, que funcionan fuera del control de la Federación y
del gobierno.
Créalo
amigo lector, en Ghana, hay muchas familias que venden todas sus pertenencias a
lo largo y ancho de este país, con tal de inscribir a sus niños en estas “academias”
ilegales.
Me han dicho que funcionan más de 700 escuelas
ilegales solamente en esta ciudad. Inescrupulosos citadinos, europeos y árabes,
corren con papeles de un lado a otro. Niños de hasta 7 años firman contratos
donde se cede la patria potestad, con el aval de sus padres. “Si mi hijo logra
jugar en Europa podremos salir de esta vida de miseria, y por él hago lo que
sea necesario, sabiendo que no lo veré en muchos años”, reza una mamá mientras
firma el documento.
El
negocio es claro, “No tienen otra opción y nosotros podemos ser su salida” “Claro
que esto es un negocio, si invertimos 200 euros por cada 10 muchachos, con uno
sólo que logremos vender, ya hemos logrado nuestro objetivo” “Acaso no estamos
haciendo una buena obra?”. No quise hacer comentarios ante estas palabras de un
árabe nervioso. No es fácil jugar de visitante en una zona donde el forastero
extraño, no es bien visto.
Comienza
una nueva prueba de entrenamiento. Asare lleva el balón. Su habilidad llama
mucho la atención de propios y extraños. Avanza hacia la portería y una ráfaga
de viento levanta polvo rojo. Se detiene para frotarse los ojos y recuperar la
respiración. En ese momento el niño es arrojado violentamente al suelo por una
dura patada de su entrenador Aloti, de 23 años. “tienes que aprender a no
pararte nunca por nada, enano” le regaña su entrenador a Asare. Queda quieto en
el suelo producto de la patada.
El
entrenador Aloti? Bueno él declara que es un experto de fútbol.
No
hace mucho tiempo, hecho normal en los últimos años, que pasa desapercibida por
la prensa, un bote que hacía agua, fue abandonado por su capitán y arrastrado a
tierra, hasta una de las playas Tenerife,
con 30 jóvenes africanos a bordo. Algunos presentaban hipotermia y todos
sufrían una fuerte deshidratación. De ellos, 15 eran adolescentes que creían
que iban de camino para jugar en el Olympique de Marsella o en el Real Madrid.
OTRO RETRATO. STEPHEN APPIAH
Stephen nació el 24 de diciembre de 1980 en Ghana. Es
un volante talentoso que hoy juega en el Fudbalski Klub de Serbia. Juega en la
selección de su país, y ya ha anotado 16 goles en 69 partidos.
Tina
y Vivian Appiah se mueven al ritmo de la música jamaicana. En su casa de los
suburbios detrás de ellas hay un retrato descomunal de su hermano mayor,
Stephen Appiah.
“Su
éxito ha hecho que toda su familia pueda vivir bien y también ha puesto celosos
a todos los que nos conocen, hasta extremos enfermizos. Podemos ir a comer a
hoteles de cinco estrellas y viajar por Europa”, dice riéndose Tina.
A
pesar del dinero de su hermano, la enorme mansión en que viven se encuentra en
un estado poco presentable, descuidado.
“Todo
el mundo quiere vivir como nosotras”, afirma Vivian. “Las mujeres de por aquí
querrían que sus hijos o sus hermanos también triunfaran para poder poseer lo
que tenemos nosotras. ¿Si nos pusimos tristes cuando Stephen nos dejó para irse
a Europa? ¿Tristes? Estábamos encantadas. Nuestra madre había rezado a Dios
para que triunfara.
Cuando Stephen era pequeño ya jugaba muy bien y todos
queríamos ayudarle. Mi madre vendió el televisor para comprarle unos zapatos.
Nosotros le ayudamos entonces y ahora él nos ayuda a nosotras”.
Las
historias de triunfos como el de Appiah, en quien se fijó un ojeador cuando
jugaba en Italia con la selección sub 17 de Ghana, inspiró a otro muchacho: Bernard
Bass.
Este joven de 17 años descansa en las escaleras de un edificio de
hormigón de gran altura en Clichy-sous-Bois, uno de los barrios periféricos de
peor fama de París. Originario de Guinea-Bissau, viajó de Ghana a Senegal y
luego a Tenerife con la promesa de un intermediario libanés de que iba a realizar
una prueba con el Metz. “Mi madre vendió nuestra casa y mis dos hermanos más
pequeños se pusieron a trabajar con 12 años de edad para contribuir al pago del
pasaje”, recuerda Bass, a quien el representante libanés le comunicó que iría a
Francia en barco.
El
viaje duró dos semanas. “Cuando llegamos a Europa”, cuenta, “me tuvieron metido
en una cárcel en Tenerife durante un mes y luego me trasladaron por vía aérea
al continente. A los que me detuvieron les dije que tenía ý8 años y entonces me
dejaron marchar. Me las arreglé para llegar a Francia, pero en Metz no tenían
ni idea de quién era yo y me amenazaron con dar parte a la policía. Ahora estoy
aquí, en Clichy-sous-Bois, compartiendo piso con un amigo”.
El amigo se llama Effa Steve, tiene la misma edad, y es un mediocampista de Guinea Ecuatorial que llegó a Francia hace dos años con la promesa de que le harían una prueba en el Dijon, un equipo de la segunda división. Él sí que realizó una prueba, pero sufrió una lesión en una rodilla y el club perdió el interés en Effa. Desde entonces ha estado viviendo ilegalmente, en una torre de pisos del barrio de Montrouge, en París. “Mi visa expiró a los 30 días y el Dijon no estaba interesado en mí”, cuenta Steve. Me vine a París y me quedé aquí a la espera de que me saliera otra prueba. Eso fue en 2005. Ahora juego en un equipo de aficionados, pero el nivel es muy bueno y no siempre soy titular. Mi vida ahora consiste en evitar que me detengan y en encontrar un sitio cualquiera para pasar la noche. Sacamos dinero de vender bolsos falsos de Prada en los mercados que hay por Montparnasse. Yo comparto con otros cuatro más el suelo de un piso abandonado”.
El amigo se llama Effa Steve, tiene la misma edad, y es un mediocampista de Guinea Ecuatorial que llegó a Francia hace dos años con la promesa de que le harían una prueba en el Dijon, un equipo de la segunda división. Él sí que realizó una prueba, pero sufrió una lesión en una rodilla y el club perdió el interés en Effa. Desde entonces ha estado viviendo ilegalmente, en una torre de pisos del barrio de Montrouge, en París. “Mi visa expiró a los 30 días y el Dijon no estaba interesado en mí”, cuenta Steve. Me vine a París y me quedé aquí a la espera de que me saliera otra prueba. Eso fue en 2005. Ahora juego en un equipo de aficionados, pero el nivel es muy bueno y no siempre soy titular. Mi vida ahora consiste en evitar que me detengan y en encontrar un sitio cualquiera para pasar la noche. Sacamos dinero de vender bolsos falsos de Prada en los mercados que hay por Montparnasse. Yo comparto con otros cuatro más el suelo de un piso abandonado”.
Quisiera poder expresar unas últimas líneas, pero creo amigo lector que todo lo que se expresa aquí, es más que suficiente para saber, que hacer, que no hacer, y sobre valorar al ser humano por encima de todas las cosas. Hasta donde llegaremos? Busquemos la respuesta en nosotros mismos.
Hasta
la próxima…reflexión.
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