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domingo, 25 de septiembre de 2016

¿QUÉ NOS PASA?

Hoy he intentado hacer algo que parece fácil pero no lo es. Olvidarme del tiempo. Me quité el reloj, apagué el celular y salí a caminar por esta bella ciudad que es Punta del Este, en Uruguay. 
Creo que a veces es necesario el silencio, para que la mente deje de trabajar (y trabajarme) con sus 60.000 pensamientos diarios, que, debo confesar, he descubierto que es la causa de que a veces mi físico me reclame por tanto trabajo. 
Parece un mundo muy ruidoso cuando se siente la calma, y se para la máquina de pensar. Pero agudiza otros sentidos para poder observar (y observarme) en qué mundo estoy hoy. Y por más variable que sea mi lente de observación, lamentablemente siempre veo que algo no está funcionando bien.

Repetidas veces he dicho que vivimos un mundo de “microondas” , un mundo de inmediatez, de instantaneidad, que asusta. Creo que nos parecemos mucho a ese niñito glotón que sin la supervisión de sus padres, hace varias incursiones a la heladera (nevera para mis hermanos venezolanos) durante el día. Sólo que, cada vez que el niñito lo hace, encuentra un nuevo pastelito al que le da una mordida para luego tirarlo a la basura.

Todo lo que observo se ha transformado en una mercancía versátil: el cuerpo de una mujer sirve para vender un automóvil, un perfume o a la propia mujer… Todo el mundo compra y todo el mundo se vende… Todo el mundo adquiere, todo el mundo deshecha lo que no sirve. 

Desde la cuna al sepulcro, desde que abrimos los ojos cada mañana hasta que los cerramos cada noche, vivimos agitados por los acontecimientos que nos suceden, en un rutinario despliegue de respuestas físicas, emocionales y mentales, condicionadas y mecanizadas: inconscientes incluso de que respiramos o parpadeamos, ignorantes del latido de nuestro corazón y del real sentido de nuestras vidas. Hasta pensamos que podemos decidir cuando nos vamos de este mundo y planificamos a nuestro antojo las cosas como si fuéramos eternos.

Lo insólito es que, mientras buscamos consuelo en la satisfacción de nuestros rasgos más inhumanos como la intolerancia, la avaricia, el odio y la sed de venganza o la hipocresía, nos sentimos vacíos e incapaces de alcanzar algo que nos llene… Pero el resultado de toda nuestra búsqueda al final no es otro que la ausencia de nosotros mismos, mientras nos vanagloriamos con nuestra arrogancia como cartel de presentación sintiéndonos “yo, el único”

Si. Esta inmediatez es una comida venenosa que tiene como ingrediente principal a la arrogancia (¿o ignorancia?).
Navegamos entre  los falsos valores del éxito que nos han hecho tan arrogantes e insuficientes, que ya no somos capaces de ver nuestra propia pobreza humana, nuestras propias miserias, que escondemos bajo la alfombra, pero que no nos queremos dar cuenta que aún están ahí. Tal vez por eso no mostramos lo que somos, lo que verdaderamente somos, porque tenemos miedo de no ser aceptados bajo nuestra propia identidad y esencia.

Sólo nuestra arrogancia es capaz de impulsarnos a buscar respuestas innecesariamente complejas para problemas simples. Nuestra arrogancia ya comienza cuando desde el vamos pensamos que somos más importantes que el resto de los seres vivos, olvidándonos que somos animales conviviendo bajo un mismo techo.

Escucho mucho hablar de individualismo y nos creemos realmente seres individuales, incluso divinos, y nos apartamos de los demás en base a convertirlos en medios a través de los cuales buscamos conseguir los objetivos que se nos programan a través de esta sociedad de microondas, mientras en nuestro interior se agitan y pugnan miles de “yo”: yo quiero, yo deseo, yo busco, yo pienso, yo sé, yo tengo, yo saboreo… hasta que nuestra vida es una lucha constante de ausencias de nosotros mismos y tan sólo nos sentimos bien en el momento justo en que estrenamos un vestido nuevo, un auto caro, una casa en una zona rica, y vaya a saber cuántas cosas más que asociamos como símbolos de felicidad. Y por eso no somos felices, somos seres insatisfechos, buscando eternamente la felicidad, que cada vez está compuesta por más "cosas".

Cómo nos cuesta aceptar nuestra arrogancia! Abrazada de la  presunción, se tornan hambrientas de poder , y sólo cuando somos capaces de satisfacerla nos sentimos hábiles y con la autoestima alta, hasta para alzar nuestra voz sobre quienes nos rodean, y darles consejos como el más grande de los sabios..

Sí. Esta reflexión que uso para observar nuestra humanidad globalizada, me hace ver las cosas más claras, o al menos eso es lo que pienso, porque también he comido de la comida venenosa de la inmediatez, con una arrogancia que me traiciona pensando que las cosas son como las veo. Necesito aprender más, tengo claro que es mi único antídoto posible.

Desde la belleza de lo simple y cotidiano, desde el mundo de los amigos del alma, de lo que aún tienen tiempo para tomar un café, con risas y buen humor, hasta el mundo que se construye con abrazos y besos y donde nuestro más grande tesoro es la solidaridad y el amor entre las personas sin etiquetas que nos diferencien unos de otros, ah…ese sí es mi mundo, ese mundo sin desigualdades ni contradicciones. En ese lugar es que me siento yo mismo.

La verdad me gusta que alguien me haga ver cuán ignorante soy. Es que se me abre un mundo de posibilidades de aprender, y de intercambiar puntos de vista sin límites!

Todo es un aprende. Porque eso es lo que somos, aprendices.  Pasa durante toda nuestra vida, y no importa cuán inteligentes nos lleguemos a creer que somos.

Somos así, como el hijo pródigo que dilapida su herencia inconscientemente, sin recordar en ningún momento que en la casa de nuestros padres hasta el más humilde de los humildes comía mejor y vivía en un lugar decente, y que mejor sería regresar a la casa de nuestros padres para ser el más humildes de los humildes,  que vivir como lo hacemos…

El problema tal vez sea que ya no sabemos de dónde venimos, entonces, ¿cómo vamos a regresar?...

Buscamos fuera de nosotros algo que llene el vacío interior que sentimos sin ser capaces de encontrarnos unos a otros

¿Cómo podríamos encontrarnos a nosotros mismos?... Hemos devaluado  nuestros sentimientos hasta convertirlos  en una cuestión de acumulación, consumo y poder adquisitivo ¿cómo podemos ser capaces, entonces, de buscar el aliento vital que resulta inalcanzable para nuestros sentidos, ese aliento vital que nos hace Uno con ese “otro” al que sólo sabemos entender como mercancía, como un pedazo de carne con dos ojos, sea hombre o mujer, ya que nadie escapa a esta realidad?

Ya estoy de regreso a casa. Enciendo el celular. Coloco mi reloj. Qué rápido paso el tiempo!!
Hora de regresar a la realidad. Mejor me caliento un café en mi microondas.

Hasta la próxima...reflexión

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